lunes, 19 de abril de 2010

Once upon a time...

Hubo un tiempo en el que soñar era una cosa del día a día. En el que levantarse a vivir aventuras, era el constante devenir. En el que sonreír era desear ser grande y cumplir los sueños.
Hubo un tiempo en el que la esencia estaba a flor de piel, en el que una bolsa de caramelos era un gran tesoro, y mis amigos eran aquellos que me prestaban sus juguetes, y compartían las tardes conmigo. Hubo ese tiempo, en el que subirme a la rama mas alta, del árbol mas grande, era el desafío del día, la tarea a cumplir, y las caídas no hacían otra cosa que darme voluntad, mas energía, y a pesar de las heridas, de las rodillas lastimadas, el premio era llegar y a veces cantarle un lero lero a todos los cobardes que seguían en el suelo.
En aquellos momentos no imaginaba lo que era realmente ser grande. En aquel tiempo, solamente me dejaba fluir, no había un mañana, sólo existía el HOY.
En aquellos tiempos se solucionaban las heridas muy fácilmente, con un sana-sana se olvidaban los raspones, y con un nuevo amor, las penas del corazón.
En aquellos tiempos, la inocencia me cubría en toda mi extensión, y me dejaba ser libre, me dejaba fluir, me dejaba equivocarme, borrar con la goma los errores a lápiz.
Hoy he tenido un cruce con mi niño interior. Me reclamó las tardes de juego, las noches de sueño, los fines de semana en la naturaleza. Me hizo un berrinche porque no sonreí lo suficiente, no amé lo suficiente, porque casi no miro la rama mas alta, por que me deje asustar por la altura de mi árbol. Por la lejanía de esa rama, por el desinterés programado, por el miedo a que la rama sea muy débil y se quiebre.
Hoy mi niño interior jugó conmigo, me habló el Lenguaje Universal, y me dijo que no me rinda, que no me deje vencer, por los monstruos del ropero, por los miedos a caerme, por el temor a treparme y salir victorioso.
Me dijo que mi bolsa de caramelos, está tan cerca, y es tan simple que me niego a verla, porque no quiero desprenderme de las monedas que tendré que dar a cambio.
Me dejo en claro que me alejaré de la gente, pero ellos seguirán en la tierra, y que yo veré desde arriba, como es el viento en donde quiero estar, como es el sol entre las ramas, como son los techos de los edificios.
Me habló desde lo profundo, y me desafió a seguir detrás de lo que mi corazón me dicte. Porque los sueños no son débiles, y seguirán mas dormidos o mas despiertos, para siempre conmigo.
Y me dijo: "Siempre habrá quien te siga, y quien vaya a tu lado, porque el coraje de uno, es el coraje de todos.
Porque todos somos escritura de la misma mano.
Seguí tus sueños"
Y se fue, cantando a los saltos, como siempre fui.
Como siempre soy.
Como siempre seré.....

lunes, 5 de abril de 2010

Solitudine

Puedo respirar profundo, y sentir el sonido del aire que sale de mis pulmones.
Puedo escuchar el sonido mas lejano, de una calle ruidosa.
Podría definir cada bombeo de mi corazón. A lo lejos carcajadas de algunas personas momentáneamente felices.
Puedo oir el ventilador de la computadora que le saca el calor innecesario. De la misma forma que me he sacado varias mochilas en los últimos años, aunque no de manera tan lineal, sino mas bien cíclica.
Así de grande es el silencio...
Puedo observar y percibir, una gota incesante que martilla un juego de cubiertos, un plato y un vaso, que esperan castigados injustamente ser lavados para volver a ser usados. Y volver a esperar.
En mi cenicero, un ejército de cigarrillos consumidos rodeados de cenizas. Todos de la misma marca y color.
Siento un frío profundo maridado con un bostezo silencioso indicando que se acerca la hora de dormir. No pronuncio que "tengo sueño". Yo ya lo sé.
Puedo escuchar de nuevo el gemido de la lámpara a punto de agotarse, y los llamadores de ángeles bailando en mi ventana al son del viento.
Puedo imaginar la conversación que mantienen mis vecinos al mismo tiempo que una polilla gris zumba como un avión cerca de mí.
Mi heladera comienza a enfriar todo el contenido. Escucho a mi vecino que se deshace de la basura. Escucho la sibilancia de mi nariz congestionada.
Me dirijo al baño en el mismo silencio que domina todo. La monotonía es mi lazarillo, mi compañera fiel. Reviso mi cepillo de dientes y limpio pieza por pieza mi boca. Al terminar la reviso y veo que tan brillante quedó. Lavo mi cara con el jabón habitual y me alisto para dormir.
Me recuesto sobre la cama, y ambos lados están fríos. Detecto una corriente de aire que se desliza bajo la ventana y mueve algunas pelusas y papeles caídos.
Pronto la oscuridad se enamora del silencio, y comienzan a tejer sueños en mi cabeza.
Disfruto cruzarme en la cama, y retorcerme con toda la sábana a mi disposición. Disfruto profundamente tomar mis almohadas, que no deben doblarse nunca, y usarlas completamente, de una forma egoísta.
Disfruto de muchas maneras ocultas y personales, la victoria de lograr convivir conmigo y estar en completa paz.
Disfruto de una forma egoísta de mis pequeñas mañas, de mi desorden propio y de mis tiempos.
Disfruto como disfruta un perro roer y disfrutar su inerte hueso; placentero por ser propio; que en cada pedacito da un sabor de victoria, y en cada mordida es un poco más interno. Y más personal.
Disfruto de lo que muchos no logran disfrutar.
Disfruto de la soledad.
Del silencio.
De la paz.
De Mí.